La carrera por abandonar el carbono ya está en marcha, y el hidrógeno verde se perfila como uno de los grandes protagonistas. En pleno contexto de tensiones energéticas y cambios geopolíticos, se está reconfigurando el mapa mundial de la energía.

Mientras el mundo avanza con paso firme hacia un modelo energético que no dependa del petróleo o el carbón, algunos elementos ganan protagonismo. Uno de ellos es el hidrógeno, pero no cualquier hidrógeno: el llamado verde, que no contamina en su proceso de obtención. En medio de una coyuntura mundial marcada por la volatilidad del mercado del gas, este tipo de energía empieza a aparecer en los planes de muchos países de cara a las próximas décadas.

¿Por qué se habla tanto del hidrógeno verde?

El hidrógeno no es nuevo en el mundo de la energía. Pero lo que cambia todo es cómo se obtiene. En lugar de quemar gas o carbón para liberarlo, el hidrógeno verde se consigue a partir del agua mediante un proceso llamado electrólisis. Este método permite separar el oxígeno del hidrógeno usando electricidad, y si esa electricidad viene de fuentes renovables, no hay emisiones de carbono en el camino.

españa hidrogeno verde

Lo interesante es que esto evitaría los 830 millones de toneladas anuales de CO₂ que se producen cuando este gas se produce mediante combustibles fósiles. Es decir, un ahorro masivo de emisiones sólo con cambiar la forma de producirlo. Para alcanzar esto, sin embargo, hace falta mucha más electricidad verde de la que hoy tenemos. Reemplazar el hidrógeno contaminante por este requeriría el equivalente a todo el consumo eléctrico actual de Europa.

La ventaja es que esta tecnología puede acoplarse a la expansión de la energía solar y eólica. A medida que estas fuentes se abaratan, también lo hará la electrólisis. Pero, actualmente, el coste sigue siendo uno de sus principales problemas. Producir hidrógeno verde no es barato, y eso condiciona su adopción a gran escala.

¿Qué puede aportar este gas al modelo energético global?

El hidrógeno es el elemento más ligero y uno de los más abundantes del universo. Y aunque lleva tiempo en el radar de los científicos, desde no hace mucho se ha empezado a considerar como una alternativa real para alimentar industrias, vehículos y redes eléctricas.

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Este gas ya se ha usado desde el siglo XIX como combustible, pero la diferencia ahora es su origen. Si logramos obtenerlo sin contaminar, podríamos estar ante un combustible limpio capaz de descarbonizar sectores donde otras energías no llegan. La Agencia Internacional de la Energía (AIE) asegura que su uso se ha triplicado desde los años 70, y se espera que se produzcan alrededor de 30 toneladas de hidrógeno verde para 2030, si todo va según lo previsto.

Otra ventaja es que su única emisión es vapor de agua, lo que lo convierte en un candidato ideal para procesos industriales intensivos o transporte de larga distancia. Además, puede almacenarse, algo que no siempre es fácil con otras renovables, y eso lo convierte en una especie de batería química.

Los peros que aún frenan al hidrógeno verde

Aunque suena ideal, esta tecnología no está exenta de desafíos. Para empezar, se necesita mucha energía para generar hidrógeno, y esa electricidad debe venir de fuentes limpias si queremos mantener su perfil ecológico. Eso implica una inversión inicial elevada y una planificación energética ambiciosa.

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Además, el hidrógeno es un elemento muy volátil e inflamable, lo que implica medidas estrictas de seguridad en su manipulación, transporte y almacenamiento. No se puede tratar como si fuera gas natural o gasolina: las infraestructuras tienen que adaptarse desde cero.

Por otra parte, la eficiencia energética del proceso no es la más alta. Comparado con otras alternativas, el hidrógeno verde requiere más pasos para llegar al consumidor final. Eso significa más pérdidas de energía por el camino y, por ahora, un rendimiento menos competitivo. Aun así, las previsiones son optimistas. Se estima que si se logra reducir el coste de producción en un 50 % antes de que acabe la década, este gas podría transformarse en una pieza esencial del nuevo sistema energético internacional.