Cada vez está más claro que, si queremos seguir moviéndonos sin dejar una nube tóxica detrás, toca mirar hacia otro tipo de energía. Y el hidrógeno verde se está ganando un hueco en las conversaciones energéticas del presente. Lo llaman verde porque su producción no lanza dióxido de carbono al aire, algo que no pueden decir ni la gasolina ni el gas natural.
Aunque aún suene a futurista, este tipo de hidrógeno ya se está produciendo y, lo más interesante, ya se está usando. Desde coches hasta calderas industriales, la promesa es clara: sustituir lo contaminante por algo limpio sin necesidad de reinventarlo todo. Y sí, cuesta más ahora, pero todo apunta a que los precios bajarán, y mucho.
Mientras que la mayoría del hidrógeno que usamos hoy se fabrica con gas natural, dejando una huella de carbono considerable, el hidrógeno verde se obtiene rompiendo moléculas de agua usando electricidad procedente de fuentes como el Sol o el viento. Es decir, sin emisiones.
Eso sí, no todo es tan sencillo. Para extraer un solo kilo de hidrógeno hace falta unos nueve litros de agua que esté bastante limpia. Si se recurre al agua del mar, hay que desalinizarla primero, lo que encarece el proceso y genera residuos salinos difíciles de manejar. Y aunque el planeta está cubierto de agua, no toda es útil para este tipo de producción.
Además, separar el hidrógeno del oxígeno requiere bastante energía. Pero si esa electricidad viene de renovables, el resultado es una energía que no contamina, se puede almacenar y tiene muchas aplicaciones.
Actualmente, el coste por kilo de hidrógeno verde oscila entre los 3 y los 8 euros. Para hacerse una idea, un coche que funcione con este combustible necesitaría unos 10 euros para recorrer 100 kilómetros. Es más caro que llenar el depósito con diésel, pero esa diferencia podría acortarse muy pronto.
La clave está en aumentar la producción y mejorar la tecnología de electrólisis. Varias empresas punteras ya están apostando por nuevas formas de producir más hidrógeno con menos gasto. De hecho, ya hay modelos que prometen triplicar la eficiencia actual. Si el precio baja a 1 euro por kilo, estaríamos hablando de 1 euro por cada 100 km recorridos. Eso sí sería una revolución.
Hay nombres propios detrás de este impulso. Por ejemplo, Fernando Roig, conocido por su papel en el Villarreal CF, también está metido en el negocio energético y apuesta fuerte por esta vía. Su objetivo es lograr que la producción de hidrógeno sea tan barata como llenar una garrafa de agua.
Uno de los argumentos en contra del hidrógeno verde es que consume mucha agua. En un país como España, con zonas afectadas por la sequía, eso suena preocupante. Pero los cálculos dicen otra cosa.
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El parque de vehículos español, si fuera totalmente movido por hidrógeno, requeriría algo menos de 60 hectómetros cúbicos de agua al año. Para ponerlo en contexto, eso equivale al riego de unas 9.000 hectáreas o al consumo anual de una ciudad de medio millón de personas. Y un solo embalse de tamaño mediano puede cubrir esa necesidad.
Eso significa que, con una buena planificación y uso eficiente del recurso, España podría producir todo el hidrógeno verde que necesita para su parque móvil sin tener que elegir entre coches o agricultura. Además, aprovechar infraestructuras ya existentes como plantas desalinizadoras en zonas costeras facilitaría mucho el proceso.
Más allá del transporte, el hidrógeno verde tiene otra ventaja que lo hace muy atractivo: puede servir como almacén de energía. Cuando hay exceso de producción solar o eólica (por ejemplo, a mediodía o durante rachas de viento), esa electricidad se puede usar para fabricar hidrógeno. Y cuando se necesita energía, de noche, en días nublados o sin viento, se puede volver a usar ese hidrógeno.
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Este sistema permitiría estabilizar la red eléctrica, algo esencial si queremos depender cada vez más de fuentes intermitentes como el Sol o el viento. El hidrógeno no se degrada con el tiempo como las baterías de litio y puede almacenarse a gran escala. Incluso hay propuestas para unir esta tecnología con la nueva generación de energía nuclear, mediante reactores más seguros y eficientes que podrían producir hidrógeno sin depender del clima. Aunque esto aún es una promesa, las piezas empiezan a encajar.
En resumen, el hidrógeno verde ya no es una promesa lejana. Es una realidad en construcción. Si la tecnología sigue avanzando y se reducen los costes, estamos ante un combustible limpio, abundante y versátil, capaz de sustituir a los fósiles en transporte, industria y red eléctrica.
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